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Cuando los afectos entran en juego

Las capacidades intelectuales no son suficientes para lograr éxito y destacar. Hoy, los niños deben ser empáticos, manejar el autocontrol, tener automotivación y capacidad de manejo en sus relaciones interpersonales. Las emociones son un talento más que los padres deben enseñarles a desarrollar a sus hijos.

Nadie nos enseña a ser padres. Para serlo se necesita algo más que intelecto y buena voluntad: se requiere de la participación de las emociones.

Según Claudia Sandino, autora del libro Inteligencia Emocional para Padres, "la inteligencia emocional no tiene relación con el coeficiente intelectual. Las capacidades intelectuales de las personas pueden ir en detrimento con los años". Pero las habilidades que conforman la inteligencia emocional (autocontrol, empatía, automotivación y capacidad de manejo de las relaciones interpersonales) pueden ser aprendidas e incrementadas, lo que permite el desarrollo personal y continuo crecimiento.

"La idea es crear padres proactivos, que eduquen niños que sean capaces de hablar de sus emociones, y esto se puede desarrollar desde que el niño llora y la madre lo atiende. En ese momento comienza la comunicación. Por lo tanto, si ocurre lo contrario, el niño también es capaz de sentir el abandono. En la medida en que se entrena al niño en esta área empiezan a aflorar sus talentos. De esta forma, aprende a decir lo que siente, a tener autocontrol, a ser empático con el mundo y asertivo para explicar sus ideas", añade la especialista.

Los primeros cuatro años de vida del niño son determinantes: "La niñez es una oportunidad única para fijar hábitos emocionales que lo ayudan a desempeñarse afectivamente a lo largo de su vida. Esto les entrega mayores posibilidades para utilizar el potencial intelectual que han heredado, ya que aprenden a canalizar sus talentos con afectividad", dice la psicóloga.

Frente al tema de la inteligencia emocional en los niños es importante saber que la herencia genética entrega una serie de rasgos emocionales que determinan el temperamento. Dependiendo de cómo se correlacionan estos factores, se manifiestan tres tipos de temperamentos: fácil, lento o de difícil adaptación.

Los niños de temperamento fácil no presentan mayores complicaciones en términos de adaptabilidad a los cambios (no son muy llorones, tienen mayor tolerancia, son fáciles de guiar). "Los niños de temperamento de lenta adaptación, aunque terminan igual ajustándose a los nuevos requerimientos, les toma más tiempo lograrlo. Pero los niños de temperamento difícil -que son probablemente el tipo de bebé que duerme de día y llora de noche-, tienen reacciones emocionales violentas. Por lo general, viven el proceso de crecimiento con mucha dificultad", explica Claudia Sandino.

La familia es la primera escuela para el aprendizaje emocional del niño. "La forma en que los padres traten a sus hijos tendrá consecuencias profundas y duraderas en la vida emocional del niño. Existen datos innegables que indican que tener padres inteligentes emocionalmente constituye un enorme beneficio para sus hijos. Pero también resulta vital que entre el padre y la madre exista coherencia", enfatiza Claudia Sandino.

Para que los padres se conviertan en entrenadores emocionales deben, ante todo, estar comprometidos con los sentimientos de sus hijos.

"Los niños ven en sus padres los modelos a seguir. Por ejemplo, este tipo de padres no se opone a las muestras de ira, tristeza o miedo por parte de sus hijos, debido a que perciben las emociones como parte de la naturaleza humana. Tampoco las ignoran. Aceptan las emociones negativas como un hecho de la vida y utilizan estos momentos para enseñarles una lección. Esto ayuda a crear relaciones más estrechas entre padres e hijos", explica la autora del libro Inteligencia Emocional para Padres.

Al compartir momentos de intimidad en un contexto emocional, los niños desarrollan mayor confianza en sus padres. Saben que tienen a quién recurrir y que sus emociones son importantes, lo que los hace menos vulnerables frente a conflictos o influencias sociales. "Son padres que no temen pedir disculpas a sus hijos si se han equivocado o han sido injustos".

Sin embargo, no hay que confundir esta actitud con la tolerancia exagerada y la sobreprotección. "Permitirle todo al hijo significa perder la oportunidad de enseñarle estrategias para manejarse frente a sus emociones", advierte Claudia Sandino.

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